Complejo de observación astronómica, último bastión de resistencia indígena ante el avance español, foco administrativo y de producción agrícola, lugar de peregrinaje religioso, centro ceremonial... Todos y ninguno.
Muchas son las teorías que intentan explicar el orígen de Machu Picchu, pero nadie puede decir a ciencia cierta cuál fue la verdadera naturaleza de esta ciudadela construida entre finales del siglo XIV y principios del siglo XV en el valle que forman los cerros Huayna Picchu y Machu Picchu, a 2400 m de altura y 112 kilómetros al noroeste de Cuzco y cinco de esta ciudad. Y de ahí que el misterio sea parte de su propia esencia. De ahí su encanto. De ahí su eterna e irresistible atracción.
Es que conocer Machu Picchu sigue teniendo, para todos, las características de un viaje iniciático. Se siente a cada paso y se nota en los rostros de cada uno de los que indefectiblemente se rinden ante la sobrecogedora belleza del lugar, que fue dado a conocer al mundo por el norteamericano Hiram Bingham, joven profesor de historia de la Universidad de Yale que, en 1911, se topó por casualidad con estas ruinas en su búsqueda de Vilcabamba, el último reducto de los incas.
Y parte de esa atracción obedece, sin duda, a la complejidad que para muchos significa llegar aquí. Es que la gran mayoría opta por hacerlo a pie, recorriendo los 46 kilómetros que componen el llamado Camino del Inca. Considerada como la ruta de trekking más famosa de América y una de las más espectaculares del mundo, es un recorrido de enorme belleza en el que las ruinas incas se entremezclan con la profusa vegetación de la selva andina para componer un recorrido místico y revitalizante.
El Camino del Inca es un conjunto de senderos de tierra terraplenada y tramos de piedra con muros laterales de contención que se extiende entre cerros, quebradas, túneles y puentes colgantes, y que atraviesa cursos de agua de enorme caudal, valles de una fertilidad asombrosa, selvas profundas y varias cumbres con alturas que van desde los 2125 metros de altura, llegando hasta los 3800 para luego descender nuevamente hasta los 2400. Desandarlo demanda unos cuatro días de agotadora marcha (la falta de oxígeno se recuerda a cada paso) y su recorrido culmina en Intipunku o Puerta del Sol, una construcción de roca realizada casi en la cima del cerro Machu Picchu. El Intipunku hace las veces de portal detrás del cual, y a la distancia, se descubre, magnífica y monumental, la ciudadela.
Desde ahí se desprende otro sendero tapizado de piedra atraviesa el sector agrícola. En éste, en medio de una innumerable sucesión de terrazas y graderías de cultivo, se destacan las primeras construcciones, como las casas de los guardianes y la llamada Roca Funeraria, enorme piedra con fines rituales colocada muy cerca de lo que se cree fue el cementerio. Este primer acercamiento permite ir palpando lo que vendrá.
Luego, en forma abrupta, el camino se interrumpe ante una extensa muralla de piedra en la que como perdida, en uno de los extremos, se encuentra la única apertura. Se trata de la entrada original al complejo y se cree que fue planteado así por cuestiones de seguridad. De hecho, vista desde arriba pasa prácticamente inadvertida.
Una vez traspasado el umbral, Machu Picchu se descubre por entero ante los ojos. Es que desde ahí uno a uno va apareciendo una sucesión de edificios que muestran una organización urbanística estudiada y planificada hasta el más mínimo detalle, y que llama la atención no sólo por su disposición en medio de esa geografía tan difícil, sino también por la perfección con la que fueron cortados, labrados y encastrados los enormes bloques de piedra que conforman cada edificio.
Fuente: lanacion.com.ar
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